Una
de las funciones del Trabajo Social, consignadas
desde la academia es la Asistencia Social —algunos currículos, no consideran como
eje central de la profesión esta función, incluso existen vánales asignaturas, como la discusión falseada de la génesis de la profesión que tratan de
sustituir su esencia— que tiene diferentes procesos, desde la investigación,
hasta la intervención y garantizar la mejora en la calidad de vida, sin
embargo, esto tiene que ver con varios factores, variables y condiciones materiales,
humanos —por lo menos ser filántropo—, económicos con los que se tiene que
contar para realizar o desarrollar esta función.
Las
y los Trabajadores Sociales, realizamos esta función en diferentes instituciones
de servicio social —fundadas para crear bienestar social en los actores más
desfavorecidos o vulnerables—, que atienden diferentes problemáticas (conjunto
de problemas), provocadas por el actual sistema societal. Entre esas instituciones,
están los centros de acogida de niños, niñas y adolescentes en riesgo o vulnerabilidad,
que atienden principalmente problemas de abandono de este grupo etario.
En
las dos últimas semanas los medios de comunicación
escritos y orales (La Paz – Boliviahttp://www.paginasiete.bo/opinion/2014/11/20/pobre-bebe-alexander-malos-fiscales-38754.html),
siguieron muy de cerca el trágico deceso
que sufrió el bebe Alexander, —la forma como mostraron la información es lo de
menos—, que desnudo la verdadera cara o rostro de los servicios sociales en
Bolivia, especialmente de los centros de acogida de niños, niñas y
adolescentes. Hubo manifestaciones de sectores sociales activistas, en contra
de este tipo de situaciones, así como, la intervención de deferentes instancias
jurisdiccionales, incluso medidas de presión de otros profesionales que en
lugar de llevar a respuestas coherentes, manifestaron sus intereses de gremio.
Con
mucho asombro, vi que mientras las unidades académicas de Trabajo Social,
divagan en descubrir qué es una política social, haciendo creer que son la
panacea del conocimiento en la profesión, o simplemente se encuentran en
disputas por el poder académico, encerrándose en cuatro paredes —isla—, peor
aún, la intervención del gremio es inexistente en el contexto. Nadie
absolutamente nadie, se pone a cuestionar cómo están funcionando los centros de
acogida, cómo se están desempeñando los Trabajadores Sociales, cómo repercute
su intervención, cuáles son sus propuestas para reformar la actual situación de
esos centros, qué acciones tomaron cuando vieron casos similares.
Esto
nos debe llevar a la reflexión, nosotros atendemos personas, no cosas, tampoco
casos, realizamos un análisis “integral” de la situación (diagnóstico), que debería
vislumbrar estos problemas y manifestarlos, porque, no es malo hacer activismo
en la profesión, lo peor que nos puede pasar, es ser cómplices mudos de lo que
pasa en estos centros de acogida, es decir, pareciera que la institución paso
por sobre nosotros, cuando debería ser lo contrario, como Trabajadores Sociales
debemos ser los ejes del cambio e innovación en las instituciones, tenemos
todas la herramientas para hacerlo!
Creo
que nuestra pasividad, se debe al tipo de formación en la academia,
caracterizada por la verticalidad en la educación “académica” —particularidad
educativa de la edad media y el esclavismo—, donde no es permitido pensar
diferente o enfrentarse a las prácticas caducas, institucionalizadas y enraizadas.
Donde no decir que algo está mal “es bueno”, donde el estudiante que es el “pongo”
de algún profesor, es premiado con algún hueso —docencia—, y el que cuestiona,
es marginado o sometido a la clandestinidad académica.
Llamo
la atención a mis colegas agremiados y académicos, pónganse las pilas, dejen
sus disturbios insignificantes, porque afuera, más allá de sus narices, si
existen problemas sociales.